jueves, 15 de enero de 2015
Catalunya és.
Desde
la intensificación del espíritu independentista catalán hace unos años
son numerosos los análisis que de él se han hecho en relación con el
nacionalismo español valiéndose de la teoría de juegos y el modelo más
frecuentemente empleado ha sido el llamado del gallina. Consiste
este en dos vehículos en la misma dirección pero sentidos contrarios
lanzados a la carrera. Pierde el primero que se aparta. Pone un poco los
pelos de punta. También suele hablarse de "choque de trenes", lo que es
inapropiado porque los trenes no pueden apartarse aunque los
maquinistas sí pueden salvarse tirándose en marcha. Pierde el que
primero se tira y el choque se produce igual.
De todas formas, no ha lugar por ahora. Hay dos trenes, sí, pero
circulan en paralelo, ignorándose el uno al otro. En Cataluña, ayer, los
soberanistas culminaron su objetivo de convocar elecciones anticipadas
para el próximo 27 de septiembre. En España están a otra cosa, a las
elecciones de mayo y, sobre todo, las de noviembre. Incluso no están en
España. Luego lo veremos.
Desde el punto de vista del soberanismo catalán, la convocatoria de ayer
es un exitazo en toda regla y, aunque los medios quieran reducirlo al
pacto entre Mas y Junqueras, incluso afirmando que Mas ha ganado el pulso al republicano,
el acuerdo tiene el respaldo de las organizaciones de la sociedad
civil, la ANC y Ómnium Cultural y otras varias. Es, pues, un pacto
trasversal, de amplia base, en el que, probablemente, todos han cedido
algo. No hay lista de país, como quería Mas, pero sí una hoja de ruta
común cap a l'independencia. Mas ha anticipado un día la convocatoria
anticipada para acallar rumores e insuflar ánimos independentistas. El proceso
inaugura un segundo capítulo en su relato retórico: las elecciones de
27 de septiembre serán la segunda vuelta de la consulta del 9N, esa que
Rajoy ignora por carecer de efectos juridicos salvo, quizá, el de
empapelar de algún modo al presidente Mas, una posibilidad que acabará
por otorgarle el aura de todos los héroes por la libertad de sus
pueblos, Moisés, David, Guillermo Tell, Simón Bolívar. A propósito de
este último, lo que mide el alejamiento paulatino entre España y
Cataluña es que ya no es posible predicar de los catalanistas actuales
la famosa frase de Alcalá Zamora a Cambó, de que quería ser el Bolívar de Cataluña y el Bismarck de España.Los
soberanistas ya no quieren ser nada de España. Solo Bolívares de
Cataluña, bolivarianos y no al modo que se afea a los de Podemos.
En esa "segunda vuelta" del 9N, con su contenido "plebiscitario", se
pretende poner las bases del nacimiento de la nación catalana,
consiguiendo un porcentaje abrumador del voto a favor de la
independencia. Va a ser una movilización nacional. Tendrá su primera
prueba en las elecciones municipales pero estas no serán determinantes
porque en Cataluña no son autonómicas. Las
autonómicas/plebiscitarias/constituyentes serán las de septiembre. Ese
movimiento al que cuesta llamar "nacional" porque la expresión
"movimiento nacional" produce universal rechazo por estos pagos, va a
articularse en todos los órdenes y no solamente en el meramente
electoral. Hay en marcha una creación a veces exnovo, a veces por
adaptación de otras preexistentes, de normas (una Constitución
catalana), instituciones, relaciones sociales de todo tipo. El
soberanismo esta diseñando un país al que dio nombre en la Diada de
2012, Catalunya, nou Estat d'Europa.
Frente a esta efervescencia nacional/estatal, el otro tren, el español,
sigue su marcha, con el pasaje entretenido en otros quehaceres,
orientado a otras elecciones, incluso en Grecia, pero ignorando
olímpicamente el proceso catalán. Lo último que supimos de Rajoy es que
el soberanismo es una algarabía, que con la soberanía del
pueblo español no se pacta y que mientras él sea presidente, España no
se romperá. Matizada la posición no lo es mucho, pero es la que hay.
Las otras dos fuerzas políticas de relevancia, el PSOE y Podemos, no son
tan insultantes y cerradas como el presidente, pero no se sienten
interpeladas por la vivencia inmediata de la cuestión, sino que aplazan
sus decisiones al periodo posterior a la consulta de noviembre, es
decir, a 2016. Quizá debieran revisar su actitud de cierta indiferencia,
más que nada porque sus representantes en Cataluña están en una
posición incómoda, casi como huérfanos, incapaces de generar un discurso
propio y con riesgo serio de convertir la relevancia de sus
organizaciones nodriza en irrelevancia en Cataluña.
Pero este otro tren pide un apunte propio.
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